3 oct 2012

Mis vacaciones


Año 1980, mi familia y yo veraneábamos en Los Boliches, Fuengirola, Málaga.


En los Apartamentos Porlamar. Porlamar cambió mi vida, allí LA SOLE me vino a visitar por primera vez y allí me dí cuenta que la vida no era tan desordenada y borrosa como yo la veía.

En Porlamar me dí cuenta que necesitaba gafas.
Una tarde MI MADRE me dijo: “Maria Teresa dime qué pone en ese cártel, dime qué pone porque creo que te estás saltando las normas de la piscina y ESO NO PUEDE SER”.

Yo le dije: ¿Allí pone algo?

MI MADRE me dijo: “Claro María Teresa, anda no seas pesada y dime qué pone.”
Yo no veía nada, ninguna letra ni color ni imagen y así se lo comuniqué.

MI MADRE se echó las manos a la cabeza y me dijo: “Ay! qué vas a necesitar gafas”

¿De verdad no ves nada? Ay qué DESGRACIA más grande!.
En ese momento recapitulé: siempre me sentaba en la última fila en el cole y no copiaba de la pizarra sino de mi compi de pupitre, me acercaba de tal manera a la tele que dejaba el vaho en el cristal y siempre andaba con el ceño fruncío. NO cabía la menor duda: era miope¡¡¡
Nunca se me olvidará la primera sensación al ponerme las gafas. En un segundo la vida se ordenó, ya no estaba todo desperdigado, ya estaba todo junto, más chiquitito.

Hasta ese momento yo creía que la vida era así, desordenada, borrosa y tenue.

A veces sigo viendo la vida desordenada y borrosa y no sólo cuando me pongo y quito las gafas, no es cuestión de ellas, es cuestión de…otra cosa.

Teresa

Cuéntame donde veraneabais de pequeñ@s, seguro que tenemos muchas cosas en común.

2 comentarios:

  1. Seat 127 amarillo con baca encima y maleta de cuero negro de grandes dimensiones, aguardaban un camino de 11 horas vía despeñaperros hacia León. Mi señor padre con guantes de cuero "caladitos" en su parte superior para evitar el sudor de las mañana de julio.
    Atravesar la mancha en carretera nacional - nacional cuarta- amaneciendo con la ilusión de ver a tus abuelos.
    Cuando pasabas por delante de una torre de coches amontonados sólo quedaban 8 horas para llegar a destino.
    Cuando hacías "los toboganes" y mi papa aceleraba, es que estabas entrando en Madrid. Estabas a 4 horas de destino.
    Cuando pasabas por Benavente ya sonaba música tradicional leonesa (La Braña) en el cassete de cintas gordas.

    Después de levantarte a las 6 de la mañana, meterte en el coche medio dormido ayudado por tú mama, hacer 11 horas de viaje (muchas de ellas con tu hermana durmiendo en tus piernas), la recompensa era ver a Placido y Tina esperando a la ventana. Subías corriendo las escaleras hasta un cuarto piso para volver a oler esos olores, ver esos colores y sentir esos amores.

    Aún hoy León huele a eso...

    Gracias papa, gracias mama, gracias abuelo, gracias abuela.

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    1. Qué bien huele León y qué bien leerte.
      Olerte, olerte, olerte

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